Parece
que fue ayer que pisamos por primera vez la facultad de Filosofía y Letras, así
como podríamos pensar que apenas tuvimos nuestra primera clase. Luego fueron
pasando los meses, que se hicieron semestres, hasta que, sin darnos cuenta, ya
vamos nada más y nada menos que a la mitad de la carrera.
En el último año que quedó atrás,
muchos tuvimos la oportunidad de llevar Literatura Iberoamericana con Mondri y,
puedo asegurar, fue una experiencia que nos cambió en infinidad de maneras. Se
agradece de sobremanera que la clase tuviera una dinámica tan única, tan
diferente de lo que muchos profesores acostumbran; tal funcionamiento ofrecía
una apertura para nosotros que permitía escuchar no sólo las voces en las
múltiples lecturas o la del profesor, sino también aquellas voces de las
personas con las que hemos ido compartiendo la carrera y –quizá más importante–
reconocer nuestra propia voz.
Además, fue de lo más estimulante
que grupalmente se eligieran algunas de las lecturas por verse, no como una “democracia
impuesta”, sino llegando todos a un común acuerdo, formando así un grupo de temas,
tópicos o aspectos que construirían las principales preocupaciones o intereses
de todos. También, quizá por eso, sentí una unión creciente entre los
compañeros, una interacción con cariño y respeto.
Asimismo, tuvimos acceso a textos
que por lo general no se incluyen dentro de la formación de los estudiantes,
textos que incluso eran difíciles de conseguir, pero que una vez eran obtenidos,
los disfrutábamos ampliamente; fueron textos que, por no pertenecer al canon,
muchas veces son dejados de lado, perdiendo así algunas piezas claves de lo que
ha conformado nuestra literatura. No cabe duda que allí donde se han visto
textos menores, realmente hay aspectos magníficos por trabajar; ya sea un
diálogo de muertos, textos de catecismo, poesía, revistas, caricaturas, etcétera.
De algo estoy segura: lo más probable es que de no ser por la clase
no me hubiera cruzado con textos como el de las excitantes aventuras de la
monja alférez, el fluir de la naturaleza en la poesía Gonzaga, las
descripciones exhaustivas de Humboldt o las propuestas de la formación de Nuestra
América desde distintos aspectos en Martí.
Lo que debemos hacer ahora es seguir buscando nuevos
horizontes, nuevos textos, y conservar la apertura que hemos logrado a través
de este año; y lo que me resta es agradecerles a Mondri y a todos mis compañeros.