¿Sólo
existe lo que se nombra? Desde tiempos muy antiguos se tiene la idea que el
nombrar algo implica la existencia y el conocimiento de este algo, por ejemplo,
en la tradición judeocristiana se sabe que hay un nombre –impronunciable– de
Dios.
Asimismo, naturalmente, el hombre
tiende a realizar ciertos procesos de agrupación, por lo que no es de
sorprender que para comprender algo o poder asimilarlo a la estructura del
pensamiento tenga que señalarse como perteneciente a un grupo mayor. Así
clasificamos desde las cosas más simples hasta las más complejas, por ejemplo
englobamos dentro del campo de “postres” a pastel, flan y gelatina.
Empero, ¿qué pasa cuando estas
clasificaciones son insuficientes? ¿Qué se puede pasar por alto al resaltar
unas características e inhibir otras? ¿Qué hacer ante lo inclasificable? En
muchas ocasiones se tiende a juzgar un objeto, una persona o un texto por lo
que en la sociedad se ha considerado que es, sin considerar que es posible que
posea ciertas características similares o análogas a las propiedades e la
etiqueta que se le dio, pero que pueda tener facetas totalmente dispares a
éstas. También puede ocurrir que se presente algo que sea tan ecléctico que, pese
a varios esfuerzos por encontrarle una etiqueta o un “género”, no pueda
resumirse a algo conocido.
Por poner un ejemplo, durante este
semestre en algunas materias se leyó Los
infortunios de Alonso Ramírez de Sigüenza y Góngora; sobre dicho texto se
suscita toda una discusión entre los críticos y teóricos literarios sobre el
género al que pertenece: tratado geográfico, estudio historicista, relación, crónica,
biografía, novela, relato de piratas, etcétera. Respecto a la discusión, no
creo que buscar un género en que pueda encajar la obra sea lo más adecuado, ya
que al hacer esto se cancelan toda otra serie de posibilidades en la
interpretación de la novela. Finalmente, para poder vislumbrar esa tipificación
de un siglo es necesario que se deje el patrón abierto para apreciar cómo cada
uno de los géneros aporta una perspectiva nueva que, a la vez, no limita a las
otras.
Por otra parte, debido a tal
división, muchos géneros han sido marginados en relación a otros, por ejemplo,
durante el curso se vieron textos de esta índole: diálogos de muertos, textos
en forma de catecismo, memorias, etc. Tales obras que se leyeron pueden ser tan
importantes o fascinantes como las de los “géneros fuertes”, y por su propia
conformación diferente pueden hacer que los lectores sientan igual o más
variedad de sensaciones al aproximarse a ellas.
En conclusión, lo que podemos hacer
como lectores es no cerrarnos a las posibilidades y mantener siempre una
disposición amplia para disfrutar obras muy variados, para así no limitar ni a
los textos ni a nosotros mismos; perspectivas nuevas siempre son enriquecedoras.